La levedad del ser

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viernes, 25 de noviembre de 2016

La literatura es espejo y transformación. Entrevista con el escritor José Acevedo - LIBROS y LETRAS | Literatura. Colombia y América Latina

La literatura es espejo y transformación. Entrevista con el escritor José Acevedo - LIBROS y LETRAS | Literatura. Colombia y América Latina

No. 7605 Bogotá, Viernes 25 de Noviembre de 2016 


Mientras unos dan plomo, nosotros damos pluma
Jorge Consuegra


Por: Alejandro Quintana / Barcelona, España.


En esta entrevista el autor sevillano nos habla de su nueva obra Metamorfosis y otros relatos. 49 sombras + 1, pero también nos deja ver su perspectiva sobre otras metamorfosis: la social, la individual, la literaria. “Metamorfosis es hacer de la rutina un sueño, del sueño una realidad... Tal vez la verdadera Metamorfosis deba estar orientada a darles herramientas a las personas para que sean ellas los verdaderos artífices de su futuro. Todo lo demás es mentira”.

Tras dos exitosos libros Relatos para la tortura de un abandonado doméstico y Carlos y alguien más, Ediciones Carena vuelve a apostar por la obra de José Acevedo (Sevilla, 1965), un creador multifacético que hoy reside en Jerez de la Frontera. Su nuevo libro es un desafío a la imaginación del lector. Desafíos que le apasionan a Acevedo hasta el punto de que tienen que ver con la mirada que asume para vivir y observar. Metamorfosis y otros relatos. 49 + 1 sombras, contiene una ilustración de Gonzalo Seis por cada historia más la portada. En esta entrevista el autor, trabajador social amante de los libros, confronta sus mundos y los de los otros. Para él, Literatura y realidad forman parte de un mismo mundo donde conviven poderosos y dominados. Cada quien expuesto a vivir su propia metamorfosis. En este encuentro José Acevedo también nos revela algunos puntos que le unen con Franz Kafka, como que los dos trabajaron para una compañía de seguros. El 17 de diciembre Metamorfosis y otros relatos se presentará, por primera vez, en la librería La Sombra de Madrid. La actriz Estela Perdomo realizará una lectura dramatizada de sus relatos, mientras el escritor Edgar Borges compartirá diálogo con el sevillano. 



-¿Qué cuenta la obra en general de José Acevedo?

La obra de José Acevedo es un mundo. Un mundo construido desde que a los doce o trece años se plantea ser escritor, pero un escritor de historias que pudieran emocionar al propio José Acevedo. Es por ello, que muchas personas cercanas le hayan dicho siempre que “tú escribes para ti, no para los demás”. Y por supuesto que José Acevedo escribe para sí mismo. Ese mundo de José Acevedo está compuesto por historias contadas por maestros de las letras que fue conociendo a lo largo de esos años y, por supuesto, por el mundo que le rodeaba al propio autor, por las personas que han compartido momentos con él, aunque sean unas horas: alguien que ve en un banco meditabundo o acostado, alguien que duerme sobre un cartón en el interior de un cajero automático, alguien que espera en el velador de una terraza mientras espera previsiblemente a otra persona, o no. Porque el mundo literario de José Acevedo es tan extraño, que podría compararse con la fantasía, o con la realidad; con el blanco y negro, o con el color… Es, simplemente, el mundo que nos rodea visto por sus propios ojos, los que le acompañan desde que tiene uso de razón.





- ¿Qué clase de literatura lee? ¿Le gustan otras artes?

- He leído mucho desde que tenía doce o trece años, pero siempre de una manera ordenada, sí, por territorios definidos y diferenciados: literatura española, literatura hispanoamericana, literatura rusa, literatura inglesa, literatura italiana, literatura alemana, literatura francesa, literatura asiática o literatura norteamericana… Un autor determinado me iba introduciendo en otro, buscando similitudes entre ellos. De todos esos autores fui aprendiendo y sacando unas enseñanzas, incluso de los menos buenos, porque cada autor, escriba lo que escriba, tiene algo que aportar. Pero de todos ellos, se pueden entresacar algunos, más por la forma de contar sus historias, que por las historias en sí que contaban: me enamoré perdidamente de la literatura francesa después de leer a Balzac. De ahí llegué hasta Boris Vian y George Perec. Un casual primer viaje a Praga, me condujo a la oscuridad de sus calles y a la obra de Kafka. La eclosión del realismo mágico en mis años de estudiante me llevaron hasta dos autores tan distantes y distintos: Cortázar y Bryce-Echenique. 

Alguien que me conoce muy de cerca desde la adolescencia, me pone en el camino, hace unos pocos años, de Paul Auster y Murakami, descubriendo, a través del primero, los entresijos de la literatura norteamericana contemporánea: A.M. Homes y Jeffrey Eugenides. 

Seguramente me olvide de muchos otros, pero todos los anteriores conforman mi universos literario, un universo cada vez más selectivo.

En cuanto a otras artes, soy de los que piensan que si Salvador Dalí y Andy Warhol pueden considerarse arte, por supuesto que me gustan otras artes. Sobre todo la pintura, sobre todo la colorida, como si se tratase de un contraste con sus gustos literarios tan oscuros.



- ¿Por qué La metamorfosis y otros relatos? ¿Por qué ese subtítulo de 49+1 sombras

- Primero aclarar que no es “La Metamorfosis…”, sino “Metamorfosis”, el artículo “La”, mejor dejárselo en exclusividad a Franz Kafka. Con este título no pretendo hacer un remake de la obra del autor checo, sería una tontería. Simplemente, mi lado erótico me llevó a escribir un relato con el nombre de “Metamorfosis” que abre este libro. Todas las demás historias fueron construyéndose en mi cabeza desde finales de 2013 hasta poco antes del verano. Una mezcla de todas sus preocupaciones, visiones, realidades o, simplemente, cosas que veía y quería que los demás también vieran a través de mis palabras. Fue cuestión de ir sumando historias. Cuando salieron “Relatos para la tortura de un abandonado doméstico”, mi amigo Jesús me dijo, “Las 50 sombras de José”. Ahí se quedó la frase, la terrible frase que, un par de años después, se convierten en 49 relatos, cada uno con una ilustración de Gonzalo Seis, más una que le sirve de portada, la sombra número 49+1. Podría tratarse de un homenaje a algo, pero seguro que nunca a la obra de E.L. James. Más bien a un tema de fondo, del que confieso ser reincidente, como puede ser mi particular visión del erotismo. Un tema que se desarrolla a través de las 49+1 imágenes, que no en sus cuarenta y nueve pequeñas historias.






- Por el título presumo que Franz Kafka juega un papel muy importante en su obra.

- Como antes he comentado, nunca se me pasó por la cabeza emular La metamorfosis y otros relatos de Franz Kafka. También es cierto que he viajado varias veces a su Praga en busca del encanto oscuro de sus calles, o que he paseado con una camiseta negra con el perfil del autor checo y su nombre, o que, incluso como éste, llegué a trabajar en una compañía de seguros. Pero Carlos, el personaje de mi relato, no tiene nada que ver con Gregor Samsa, más allá de convertirse en algo distinto de la noche a la mañana, de la mañana a la noche, sin convertir su metamorfosis en algo extraordinario, en algo dramático. No, sino en la naturalidad de una vida diaria que ha dejado de sorprendernos por completo. ¿Lo demás? Oscuridad, temas que a los ojos de los demás pueden parecen sorprendentes, y que no lo son tanto; funcionamiento del poder que es el que es, el perseguir sueños que pueden llegar a cumplirse por muy peregrinos que sean. Puede que en una sociedad contemporánea Franz Kafka pudiera escribir lo que escribe José Acevedo, no lo sabemos, pero también puede que ser que si José Acevedo viviera en la Praga de principios del XIX, pudiera visualizarla como su amigo lo hacía entonces.



- ¿Cuál es su desafío literario ante la realidad?

Para mí la literatura puede ser un espejo donde se refleja la realidad, pero también un camino donde se puedan transformar las realidades. Eso es Metamorfosis. Como escribo en “Un mundo llamado poesía”, una niña, Eva, de tan sólo nueve años, es capaz de transformar un mundo llamado Tristeza, en un paseo por un París del mañana, en un transitar infinito por Poesía; como si borrando con una goma, como si imaginando con toda la fuerza necesaria, fuese posible, cambiar la realidad que nos rodea por otra más igualitaria, más cercana, más justa. La literatura sólo es un instrumento más.




- Desde su condición de profesor, ¿qué nos enseña la literatura que no entramos en la educación formal?

- Soy profesor en temática social, dada mi condición de trabajador social. Pero tengo clara una cosa, debemos dar a las personas la libertad suficiente para que pueda elegir cuál es el camino para su aprendizaje. Todas las imposiciones resultan a sus ojos, pues eso, imposiciones. Las de los profesores, las de sus padres, las de la sociedad… Cuando algo se impone deja de disfrutarse. Resulta evidente que para un profesor de literatura resulte obligatorio el conocimiento de toda la literatura universal, pasada y presente. Pero para los que la literatura es un simple conocimiento a determinadas edades, un simple camino, debemos dejar a la persona que busque, que encuentre, que seleccione, que indague. Mientras leía en el colegio a los clásicos por obligación, me relamía en su interior con lecturas de Bioy Casares, de Boris Vian, de Víctor Hugo. Si la meta es que un niño lea, mejor que lea lo que le guste. Si la meta es que el niño odio la lectura, mejor dejar las cosas como están. Porque lo dice una ley. Amén.



- Mucho se dice que la literatura ha perdido su influencia en la sociedad. ¿Está de acuerdo con esto y, si es así, por qué?

Más bien la literatura se ha diluido. Y lo ha hecho como consecuencia de muchos factores. Muchos pensarán que la pobreza que nos invade y golpea con dureza nos ha abierto los ojos a otras necesidades. Eso es una excusa. Leer es caro, muy caro, pero las bibliotecas están llenas de libros. En otras épocas, también existía la pobreza, pero las personas leían. Más bien se ha impuesto la idea de que no interesa que se lea. No interesa la cultura. Cualquiera escribe y se autoedita. Prolifera el cine fácil para pensar lo menos preciso. La tecnología se ha impuesto. La gente prefiere comunicarse por medios electrónicos a mantener conversaciones. El alma deja de alimentarse, damos de comer a la memoria, a la competitividad. Son mundos con otras demandas, y nos dejamos llevar por las demandas del mundo, sin reclamar las nuestras. Y son esas personas que han apagado las almas, las que desde sus posiciones de poder, compiten con los escritores difundiendo su forma de ver, gobernar y manipular el mundo. Los escritores “con nombre” han entrado también en ese circo, porque de ese circo comen, garantizan mantener su nombre.

La literatura claro que ha perdido toda su influencia, sobre todo cuando sus voces con más nombre se han aliado junto al poder. En mi caso prefiero seguir escribiendo, en mis letras hablar del mundo, pero sin abandonar mi papel de escritor por otro que huele a política y a poder.



- ¿Qué metamorfosis vive la sociedad actual en el mundo?

- Parece que las personas empiezan a despertarse contra el poder, pero es simplemente cierto poder quien manipula a las personas para colocarle en la cumbre. ¿Populismo? Posiblemente. El mundo de los ricos se llena de populismos para luchar contra la invasión de aquellas personas que siguen creyendo, ilusos, en la existencia de un mundo mejor. Un mundo mejor es posible, pero creyendo realmente en las personas, menos en las políticas actuales, mucho menos en los políticos de todos los colores. Tal vez la verdadera Metamorfosis deba estar orientada a darles herramientas a las personas para que sean ellas los verdaderos artífices de su futuro. Todo lo demás es mentira.



*Ilustraciones de Gonzalo Seis.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Orhan Pamuk, turco, NOBEL DE LITERATURA 2006

Muchos años antes de que Orhan Pamuk fuera el primer escritor en lengua turca en ganar el Premio Nobel era conocido familiarmente como Corneja. Así lo había bautizado el cocinero de su abuela cuando era un niño: porque se pasaba el tiempo contemplando a las cornejas del tejado de al lado y porque era muy delgado. El mote con el que el cocinero conocía al único hermano de Orhan Pamuk, dos años mayor que él, era La Niñera, porque nunca se separaba de su osito de peluche. Pero La Niñera, hasta poco antes de los dieciocho años, cuando abandonó Estambul para estudiar en Estados Unidos, se hartaba de darle palizas a su hermano pequeño Corneja.
Aunque los hermanos Pamuk se castigaban, se sentían mal cuando se separaban. Así había sucedido cuando, siendo niños, sus padres se marcharon en pareja durante una temporada, dejando a cada uno de sus hijos al cuidado de un familiar diferente. Orhan Pamuk vivió con sus tíos, y allí, de la mano de su tío, poeta y periodista, descubrió, primariamente, la existencia de los escritores, que hacían los libros a los que con tanta pasión se entregaba, y también la existencia del dibujo como disciplina.
Durante muchos años, Orhan Pamuk (Estambul, 1952) se dedicó a la pintura. Sus padres le habían dejado un piso destinado a guardamuebles para que pudiera pintar. Hacía fotografías de Estambul y posteriormente pintaba esas vistas de la ciudad: seguía a Dufy y a los impresionistas, y su arte tenía algo de naif. No era raro que el motivo de sus pinturas fuera Estambul, porque desde hacía tiempo se sentía fascinado por sus calles, por el Bósforo, por sus ruinas, por su antiguo esplendor, por sus gentes, por el contraste entre los barrios ricos “occidentales” en los que él vivía, y a los que estaba destinado por la familia y la clase social a las que pertenecía, y los barrios pobres, que conservaban las costumbres “orientales”, una suerte de desgracia añadida.
     En Estambul. Ciudad y recuerdos, Orhan Pamuk cuenta su vida hasta los veinte años, en que decidió abandonar sus estudios de arquitectura para dedicarse a escribir. Habla de su infancia, vivida sobre todo en interiores. Un doble interior: su vida interior en la casa familiar; aunque también vivida los domingos en la calle, junto al Bósforo, paseando en el Ford Taurus de su padre. Habla de su adolescencia, en la que comienza su vida de flâneur, de solitario caminante por las calles entonces vacías de Estambul, y también su vida de fotógrafo, de mirón, de contador de barcos, de culposo inventor de aventuras sexuales, de lector obsesivo. 
     Como “recuerdos”, este primer tomo de memorias de Orhan Pamuk es estupendo. El retrato de su padre, un extraño fracasado que abandonaba el hogar familiar permanentemente, es fascinante. El retrato de su madre, que combina la ingenua credulidad con el máximo pragmatismo, es tan sesgado como seductor. El análisis de sus propias obsesiones (la existencia de un gemelo en algún otro lugar de la ciudad; el sexo; la culpa; la soledad, el río, la imaginaria “vida criminal”) completa el cuadro, vibrante.
     Tan importante como el “recuerdo” es en el libro la “ciudad”: Estambul. “Al contrario que en las ciudades occidentales que han formado parte de grandes imperios hundidos –escribe Orhan Pamuk–, en Estambul los monumentos históricos no son cosas que se protejan como si estuvieran en un museo, que se expongan, ni de las que se presuma con orgullo. Simplemente, se vive entre ellos”. Esta reflexión forma parte de la teoría general sobre Estambul que defiende Orhan Pamuk: en la ciudad gobierna la amargura. La amargura se parece a la melancolía que definió Richard Burton, pero es esencialmente diferente: “Llega un momento en que, mires donde mires, la sensación de amargura se hace tan patente en la gente y en los paisajes como la bruma que comienza a moverse poco a poco en las aguas del Bósforo las frías noches de invierno cuando de repente sale el sol”. Esa amargura de los habitantes de Estambul no resulta difícil relacionarla con la clásica saudade portuguesa, en la que a la melancolía se le une la espera de un advenimiento.
     Orhan Pamuk intenta racionalizar esa amargura. Analiza cómo fueron los escritores extranjeros, fundamentalmente los franceses, y en especial durante el siglo XIX, quienes forjaron la imagen de Estambul: Flaubert, Gautier, Nerval. La presentaron tópicamente exótica, pero no resultaba difícil que fuera así: había jenízaros, había harén, había palacios, había esclavos, había ruinas... En respuesta a esa interpretación exótica y extranjera respondieron unos cuantos años después algunos escritores de Estambul: en su nacionalismo, intentaron ofrecer una imagen propia de la ciudad, pero sólo lo consiguieron a medias, porque su propia construcción como escritores se basaba en buena medida en la literatura occidental, aunque tuviera anclajes en la literatura del “Diván”. 
     El más increíble de estos escritores turcos, y al que Orhan Pamuk dedica un retrato y un análisis muy atractivos, fue Resat Ekrem Koçu, homosexual y solitario, autor de una inacabada y fascinante Enciclopedia de Estambul, la primera del mundo dedicada a una sola ciudad.
     En el libro no se eluden las cuestiones histórico-políticas, y Orhan Pamuk habla de los golpes militares que acontecían “no por miedo a los ataques de la izquierda (de hecho, en Turquía nunca ha existido un movimiento izquierdista lo bastante fuerte), sino, sobre todo, porque un día las clases inferiores y los ricos provincianos podían hacer bandera de la religión y unirse contra su estilo de vida”. Y habla de la religión, del “islam político, que tiene mucho menos que ver con ella de lo que habitualmente se cree”. Y habla de los conflictos lingüísticos: cómo han desaparecido de Estambul las lenguas que tradicionalmente se hablaban y cómo se impide en Turquía que las minorías puedan expresarse en su lengua. Sin duda su juicio por las declaraciones que había realizado al periódico suizo Tages Angeizer (en las que afirmaba que en Turquía habían sido asesinados un millón de armenios y 35.000 kurdos, y que no eran muy diferentes a las que había plasmado en El libro negro) ayudó a situarle en el primer plano de la escena literaria mundial. 
     El galardón sueco no premia esa opinión, sino a un poderoso narrador.
     Estambul. Ciudad y recuerdos es el mejor libro de Orhan Pamuk. Mejor que Nieve y mejor que Me llamo Rojo. La existencia cierta de los protagonistas y la presencia tan rotunda de la ciudad le conceden al libro una enorme y emocionante verdad. ~

Explorador que avanza – Enrique Vila-Matas.


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“No está entre los clásicos que aprecian los españoles todos. Lo sé. Por eso avanzo”.
«Soy consciente de que todo cuanto la literatura puede enseñarnos (creo que lo decía un clásico, no sé cuál) no son métodos prácticos, sino sólo las posiciones. El resto es una lección que no debe extraerse de la literatura, es la vida la que debe enseñarla. Es más, tal vez sólo aprendiendo de ella uno puede acabar haciéndose con un estilo literario. Y cuando hablo de estilo me refiero a intentar lograr un espacio y un color interno en la página, un sistema de coordenadas esenciales para expresar nuestra relación con el mundo: una posición frente a la vida, un estilo tanto en la expresión literaria como en la conciencia moral.
Siempre he querido saber si estaba con aquellos escritores –Tolstoi, por ejemplo– para quienes la existencia tiene, a pesar de todas las angustias que nos crea, un sentido, una unidad. O bien con aquellos –Kafka, Beckett– que nos han revelado la insuficiencia e irrealidad de la vida, el sinsentido de ésta: todos esos escritores que nos han descubierto la imposibilidad de vivir y de escribir, y que nos han puesto en contacto con la odisea moderna del individuo que no vuelve a casa y se pierde y se disgrega, experimentando la insensatez del mundo y lo intolerable que es la existencia.
Si Claudio Magris hubiera leído esto, tal vez ahora me preguntaría –como a veces él se pregunta a sí mismo– si me reconozco más en Guerra y paz, de Tolstoi, la vida que se cuenta como si fuera una vida plena, o en El hombre sin atributos, de Musil, la vida que se disgrega en la inteligencia, o en La conciencia de Zeno, de Svevo, el más radical, irónico y disimulado viaje al centro de la nada.
Tal vez puedo creer en Dios y al mismo tiempo no creer en nada, por ejemplo. Tal vez puedo mezclar teorías opuestas. Y es más, quizá esto explique por qué a menudo escribo novelas que son mezclas de ensayos y novelas. Después de todo, bien mirada (y ahora la estoy mirando bien), la vida es una mezcla. Quizá mi viaje, el viaje de mi conciencia, sea el que va a la nada, pero construyendo un sólido y contradictorio sistema de coordenadas esenciales para explicar mi relación con la realidad y la ficción, mi relación con el mundo.
¡La realidad y la ficción! Mira por dónde he ido a parar al eterno debate de las letras españolas. Ahora que me acuerdo, ¿por qué esa manía tan española, esa afición tan nacional a preguntarme, siempre que publico un nuevo libro, cuánto hay de real y de autobiográfico en él? Da igual que publique una novela sobre un loco que anda suelto por Veracruz a que publique una sobre la vida de los esquimales en Guanajuato. Siempre la misma cuestión: ¿Qué porcentaje de verdad hay en lo que usted cuenta? Durante un tiempo, con paciencia, me he limitado a dar cuerda al reloj de Nabokov: “La ficción es ficción. Calificar un relato de historia verídica es un insulto al arte y a la verdad. Todo gran escritor es un gran embaucador.” Y punto. Pero ya me he cansado. Y es que, a pesar de que no hay día en que no vea borradas las fronteras entre la realidad y la ficción sobre las que bailo, la pregunta nacional sigue ahí, como un dinosaurio inamovible. ¿Hay realidad en su ficción? ¡Toma ya!, que diría Céline. Últimamente, habiendo publicado un libro sobre París [se refiere a París no se acaba nunca, Anagrama, 2003], me limito a citarles a Boris Vian (“Todo en mi novela es verdad porque está todo inventado”), o bien a mí mismo (“También un relato autobiográfico es una ficción entre muchas posibles”), y muy especialmente a Roland Barthes: “Toda autobiografía es ficcional y toda ficción es autobiográfica.”
Yo creo que mis libros deberían ser vistos como lo que realmente siempre han sido: libros escritos por personajes de novela. Un lector me pregunta ahora: ¿Lo dice de verdad? Y añade: perdone la pregunta, pero es que soy español de la verdad cristiana. Pues claro que lo digo de verdad, le contesto, pero tenga en cuenta que la verdad no es necesariamente lo opuesto de la ficción. ¿Y está seguro de esto?, me pregunta. Pues tan seguro, le respondo, como de que un dictador (aquel que decía “españoles todos”) está bien muerto, y el realismo de la estirpe de aquel asesino también, aunque no para los españoles todos, muchos de ellos felices viviendo en la mayoría absoluta de su realismo literario de serrín y caspa. Porque España, a pesar de la tan traída y llevada modernidad de Almodóvar, sigue siendo un país nada ambiguo y muy plano y zaplano y profunda y obscenamente inculto. Véase, sin ir más lejos, la confusión de los ministros de Aznar entre autor y narrador en el caso del libro del pájaro Migoyo. En España, con notable putrefacción artística, ministros y plebe se abrazan en su única realidad posible: la mayoría absoluta de su realismo sucio de cáscaras de gambas e insulto, serrín y escupitajo.
¡Son tan realistas! Así las cosas, en casa ensayo exiliarme y luego lo cuento, explico que escribo ensayos mezclados con cuentos. Quiero seguir siendo “un explorador que avanza hacia el vacío” (Kafka), y así seguir dándole a mis palabras sentido, dándoles sombra: un sentido que dice que en mi país nada ambiguo no avanzo, pero mi vida lo hará por mí exiliándose. Y bien está que así sea, me digo, mientras pienso en aquel clásico que dijo: “Mirad cómo, bien lejos de vosotros, mi vida avanza tranquila.” Aunque no sé de qué clásico hablo. ¿Sabré en el vacío encontrarlo? No está entre los clásicos que aprecian los españoles todos. Lo sé. Por eso avanzo».
— Enrique Vila-Matas