La levedad del ser

La levedad del ser

domingo, 27 de agosto de 2017

LAS MANZANAS DE ORO DEL JARDÍN DE LAS HESPÉRIDES



“Lejos, en una región distante, crecía el árbol sagrado, el árbol de la sabiduría, y en él crecían las manzanas de oro de las Hespérides. La fama de estas frutas había llegado a tierras distantes, y todos los hijos de los hombres que se sabía, asimismo, que eran hijos de Dios, las deseaban.
Hércules, también sabía de esas frutas, y cuando el Maestro le dio la orden de buscarlas, Hércules le preguntó el Camino que debía seguir para hallar el árbol sagrado y poder recoger las manzanas. “Dime el camino, oh! Maestro de mi Alma. Yo busco las Manzanas y las necesito rapidamente para mi provecho. ¡Muéstrame el camino más rápido y yo iré!”
“No es así, hijo mío, -replicó el Maestro-, el camino es largo. Sólo dos cosas te confiaré, y luego a ti te corresponderá probar la verdad de lo que te digo.
La primera es que recuerdes que el Árbol Sagrado está bien custodiado. Tres hermosas doncellas protegen bien su fruto. Un dragón de cien cabezas protege bien a las doncellas y al árbol. ¡Guárdate bien de los esfuerzos desmesurados!, ¡guárdate bien de los engaños demasiado sutiles para tu comprensión! Vigila bien.
La segunda es que tu búsqueda te llevará donde te encontrarás con cinco grandes pruebas en el camino. Cada una te proporcionará el ámbito para la sabiduría, la comprensión, la destreza y la oportunidad. Vigila bien.
Me temo que fracasarás en reconocer estos puntos en el Camino. Pero sólo el tiempo lo mostrará. Dios viaja contigo, te acompaña en tu búsqueda”.
Hércules salió al Camino seguro de su Sabiduría y de su Fuerza, ya que pretendía el éxito y no el fracaso. Al salir del portal se fue directo hacia el Norte, luego anduvo por toda la tierra, pero no encontró el Árbol Sagrado. A todos quienes encontraba a su paso les preguntaba, pero nadie conocía el lugar. Triste y desanimado Hércules seguía buscando, no obstante, por doquier.
El Maestro, vigilando desde lejos, envió a Nereo por si podía ayudar. Se dirigía a Hércules con diferentes palabras de verdad, pero éste no respondía porque no le reconocía como mensajero de nadie. Aunque hábil con la palabra, Nereo fracasó porque Hércules no le reconoció.“La Primera de la Cinco Pruebas ha pasado –dijo el Maestro-, y Hércules ha fracasado. ¡Que prosiga su búsqueda!”.
Así fue, y esta vez, Anteo, la serpiente, le venció en el Camino. “¿Cómo puede ser? –dijo Hércules-, ¡¡si yo maté a una serpiente cuando estaba en la cuna!!, con mis propias manos la estrangulé… ¿cuál es mi error?
Entonces Hércules agarró a Anteo con ambas manos y la levantó del suelo, sosteniéndola en el aire… y, ¡¡la hazaña fue hecha!! Anteo vencido dijo: “yo vengo otra vez con diferente apariencia en el Octavo Portal. Prepárate de nuevo para luchar”.
Y el Maestro dijo: “La segunda prueba ha pasado. El éxito obtenido marca su sendero. Que siga adelante”.
Ahora Hércules se dirige hacia el Oeste. Pero entró sin pensar, y encontró el fracaso de nuevo, demorándole largo tiempo el avance…
Encontró allí a Busiris, el gran engañador, hijo de las aguas y pariente de Poseidón. Su trabajo es conducir a los Hijos de los Hombres al error, a través de palabras de aparente sabiduría. Él afirma conocer la Verdad, y, cor rapidez, los hombres le creen. Él habla bellas palabras diciendo: “Yo soy el Maestro. A mi me ha sido dado el conocimiento de la verdad y debéis hacer sacrificio por mi. Acepten el camino de la vida a través mío. Yo se pero nadie más. Mi verdad es justa. Cualquier otra razón es errada y falsa. Escuchen mis palabras. Permanezcan conmigo y serán salvos”.
Y Hércules escuchó, y debilitando sus fuerzas primitivas, se olvidaba de la búsqueda del Árbol Sagrado. Su debilidad crecía día a día, mientras amaba a Busilis. El Maestro lo castigó, y tuvo que atarlo a un altar durante un año.
De pronto un día, mientras estaba luchando para liberarse, y recordando que por culpa de Busiris él estaba en este trance, vinieron a su mente unas palabras dichas por Nereo hacía mucho tiempo: “La Verdad está en ti mismo. En ti hay un Poder. Una Fuerza yace en ti, el poder que es la herencia de todos los hijos de los hombres que son los Hijos de Dios”.
Con esta fuerza él pudo romper sus ataduras, cogió a Busilis, y lo ató a los cuatro costados del altar, ocupando, así, su lugar.
El vigilante Maestro, desde lejos advirtió el momento de la liberación, y le dijo a Nereo: “La Tercera Gran Prueba ha pasado. Tú le enseñaste cómo encontrar la salida, y, a su debido tiempo, él supo encontrarla. Que siga adelante en el Sendero y aprenda el secreto del éxito.
Hércules siguió adelante, esta vez con mayor sabiduría, pues el año que pasó inclinado en el altar le había enseñado mucho.
Repentinamente detuvo sus pasos, un grito de profundo dolor hería sus oídos… Algunos buitres sobre una roca cercana llamaron su atención, y, nuevamente, se oyó el grito. ¿Debía seguir su camino, ó debía atender a quien estuviera en necesidad, retrasando sus pasos? Reflexionó sobre el problema de la demora: había estado un año atado al altar… tenía que apresurarse….
Se volvió a oír el gemido de dolor…, y Hércules se apresuró a ir en auxilio de su hermano… Encontró a Prometeo encadenado a una roca, sufriendo horribles agonías de dolor causado por los buitres que picoteaban su hígado, matándolo así, poco a poco.
Hércules rompió la cadena que le sujetaba a la roca y liberó a Prometeo, cuidándole hasta que se recuperara de sus heridas. Entonces, con mucha pérdida de tiempo, volvió a ponerse en Camino.
El Maestro le dijo: “La cuarta etapa del Camino hacia el árbol sagrado ha pasado. No ha habido retraso. La regla en el Sendero elegido que apresura todos los éxitos es: aprender a servir. ¡¡Continúa tu búsqueda!!
Hércules no encontraba el árbol Sagrado. Un día, oyó decir a un peregrino: “cerca de una montaña distante, el Árbol sería encontrado”. ¡¡La primera verdadera afirmación que se le daba hasta ahora!! Se encaminó hacia las altas montañas del Este, y, allí vio el objeto de su búsqueda. “Ahora tocaré el árbol Sagrado”, gritó de alegría. “Venceré al Dragón que le custodia, y veré a las hermosas doncellas de grande fama, y cogeré las manzanas”.
Pero nuevamente fue retenido por sentimiento de profunda pena. Atlas le hacía frente, tambaleante bajo la carga del mundo sobre su espalda. Su rostro estaba marcado por el sufrimiento, sus miembros estaban curvados por el dolor, sus ojos estaban cerrados por la agonía. Él no pedía ayuda. No vio a Hércules, sinó que permaneció encorvado por el dolor, por el peso del mundo.

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